lunes, 9 de mayo de 2011

Mírame, date vuelta y mírame, date vuelta y volve  por favor. Y acá estamos otra vez, logrando que alguien te mire. Cuando queres que alguien  te mire no importa ninguna otra mirada, vos queres esa mirada y ninguna más.
Pedimos a gritos desesperadamente que abran sus ojos y nos miren, que nos vean.  Hacemos enormes esfuerzos para no necesitar de nadie, para no necesitar de una mirada para existir. Pero somos esclavos de esa mirada, la necesitamos, como al aire. Hacemos cualquier cosa por atraer esa mirada,  quisiéramos brillar para ser mirados.

Lo curioso es que los ojos que más nos obsesionan son los que no nos pueden mirar. Pero la mejor mirada no es la que se nos niega, sino esa mirada que no  vemos, la que ignoramos distraídamente.
Esa mirada inesperada,  esa mirada que nos ve cuando no nos sentimos mirados y por lo tanto nos mostramos mejor. Una mirada capaz de atravesar la máscara y ver lo que hay detrás.

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