martes, 26 de julio de 2011





Nadie puede resistirse al cambio. Resistirse al cambio es como resistirse al paso del tiempo, una batalla perdida de antemano. Siempre estamos cambiando, mutando silenciosamente, aunque no lo escuchemos. Cambiar es inevitable. El cambio es la esencia de las cosas, de nosotros, del universo ¿o será al revés? Que la esencia es la que permanece inalterable. ¿Dónde está nuestra esencia, nuestro ser? ¿En eso que permanece a pesar del cambio o en el cambio permanente? ¿Dónde estamos? ¿Podemos ser los mismos si todo cambia, o somos los mismos a pesar de cualquier cambio?  El cambio tiene sus tiempos, sus procesos.  Tal vez la clave sea cambiar con el cambio. Resistirse al cambio es como querer congelar el agua del río para bañarse siempre en las mismas aguas. Cambio es revolución, y ninguna revolución puede ser amable, confortable, cómoda. Si no cambias con el cambio un día abrís los ojos y vez que todo cambió, y ahí estás perdido en lo desconocido. El cambio es una cuestión de tiempo. Y cuando el cambio llega no deja lugar a dudas. Cambia todo, arrasa, transforma, muta. El cambio es la esperanza en la desesperanza. Es confiar en que eso, también cambiará.

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